En una aldea muy lejana,
vivía una hermosa y romántica joven llamada Fiorella, que dedicaba su vida al
cuidado de personas con cáncer y otras enfermedades terminales.
Ella vivía sola, en un
hermoso castillo abandonado, el cual lo había refaccionado poco a poco, y día
tras día el lugar iba poniéndose más hermoso, el jardín ya no era más un lugar
de hojas secas, ahora era un conjunto de bellas, coloridas y aromáticas flores.
Todo parecía ser perfecto en
la vida de Fiorella, ella estaba obteniendo todo lo que un día había soñando,
pero le faltaba algo. El amor, ese que muchas veces le jugó malas pasadas y la
hizo sufrir, pero ella nunca se dio por vencida y aún soñaba con tener alguien
a su lado.
Un día Fiorella decide tomar
un paseo, mientras caminaba por los alrededores de la aldea, le era inevitable
pensar en su soledad, en lo triste y desprotegida que ella se sentía, con todos
esos sentimientos dentro que le estremecían el corazón, no pudo continuar y
decidió regresar a casa.
Pasaban los días y Fiorella
no tenía ganas de nada, solo quería estar en su cuarto, echada sobre su cama
contemplando el cielo, quería que los días pasen y la angustia por la soledad
duela menos, peno no fue así, cada día era peor y la idea de acabar con su vida
no abordaba su cabeza.
Cansada de todo y no poder
hacer nada para ayudarse, decide tomar una fatal decisión y entre lágrimas solo
escribe sobre una pequeña hoja en blanco “PERDON”.
Fiorella no lo piensa más y
decide inyectare un potente calmante a la vena, que en cuestión de segundos acabaron rápidamente
con su vida, llevándose con ella su soledad.
Desde entonces la aldea no
es la misma, todos lloran, sufren y
extrañan a Fiorella, el ambiente se torno gris, ya no hay mas flores bellas,
coloridas ni aromáticas, ahora la aldea solo es un poco de hojas secas.
Por: Jennifer Esther Chamoli
Sánchez
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