viernes, 4 de octubre de 2013

Autobiografía de GR

Por Guillermo Rojas:

Un grupo de amigos y contactos en el Facebook me pidieron que publicara mi autobiografía para, capaz, leerla cuando aparezca en su muro. Ante este pedido enérgico, mis manos me arrastrar al teclado, para que mi mente rememore mi pasado y mis pasos queden marcados en Internet y entre los cibernautas.

Eh acá, mi autobiografía:

Desde que me concedieron me llamaron Rojas, la gran familia y el apellido que anda en cada rincón del planeta y de una antigüedad envidiable. El primer SR. Rojas fue el patriarca de miles de  generaciones, y el que se autodefinió como tal por tener el rostro rojizo, beber líquidos rojos y  comer solo carne y frutos rojos, incluso saborear sangre. Así es, el primero nació en Europa y el primer hemotófago, un hábito copiado por un tal Conde Draculea, conocido como Drácula, cuando mi ancestro viajó a Pensilvania a buscar a su amada. Él, por su consumo de alimentos rojos, desarrolló una inmensa musculatura y fue longevo, posiblemente más que Matusalén. Collins se llamaba y nació un siglo y medio antes que el famoso chupa sangre.

 Su amor a su primera esposa y sus aventuras con otras amigas cariñosas expandió el apellido como si con él conquistara cada región europea.

Y entonces ¿Cómo llegaron los Rojas a Europa? Según escritos de mi bisabuelo, Collins fue quien formalizó el apellido por su costumbre y su aspecto físico. Sin embargo hubo un par de hermanos, sus abuelos, quienes zarparon en un galeón pirata, conocido como el Holandes Errante, al mando capitán Holmes. Una nave aventurera y repleta de peligroso marineros de las cantinas porteñas de España y que abordaban cualquier embarcación hispánica cargada de riqueza de América, sin dejar sobrevivientes. Los hermanos Filipo y Diego, hijos del Conde Donatello Azul, que se refugiaron en la piratería para escapar de esos palacios aburridos y fiesta acomodas  de su padre, fueron los primeros en cavilar el apellido en oposición a su progenitor: Roja. Collins, al parecer, le agregó la “S” para que su pronunciación sea más agradable y porque la letra comienza con su elixir preferido, sangre.

Allí la explicación más convincente del cómo mis genes arribaron al Nuevo Mundo. Fueron esos hermanos, mis antepasados bigotones, los que en un enfrentamiento entre su bando contra la Armada Española, casi mueren entre los cañones, si es que el hijo del capitán no los hubieras obligado a escapar por el lado opuesto del tiroteo, nadando hasta una isla solitaria y fueran rescatado por una embarcación de exploradores que se dirigía  al sur de América en busca otro Dorado y conquistar nuevas tierras.

Así, los hermanos llegaron cerca de la Patagonia, hoy al sur de Chile y Argentina. De ellos, no se sabe si perecieron a manos de los nativos o mapochos, o acaso sobrevivieron y expandieron el apellido, pues en Chile la pronunciación es diferente, y de seguro, existen hoy muchísimos Rojas o “Roja” como los vecinos sureños dicen.

Lo que sí se sabe es que el gen Rojas llegó al Perú por el norte costero. Capaz porque a algunos de los hermanos barbudos tuvo unas par de encuentros amorosa cuando la tripulación y la nave exploratoria se detuvieron en las costas norteñas por algunos días antes de ir al sur del globo. Habrán hecho honor a su apellido y embarazado a varias chicas en tan poco tiempo, con consentimiento de todas. Y es que, su físico y estirpe traía féminas por doquier.

Entre los Rojas conocidos del norte peruano, Juan Antonio Rojas fue el más adinerado y famoso. Tras las guerras independentistas, en las que apoyó al bando nacional, su hacendado creció en un santiamén. Las mujeres también nunca faltaron. Todas a montones, de todas las clases, razas y provincias. Incluso algunas, al parecer, según cuenta mi bisabuelo, sólo tenían intimidad con Juan o sus hijos para heredar esos encantadores ojos azules color cielo cuzqueño, para que sus descendientes fueran bellos. Muchos de ellas, con sus colorados y buen mozos bebes en manos se dispersaban por los distintos departamentos y zonas del Perú, como si una divinidad hubiera dicho: “Vallan y multiplíquense Rojas”.

Lamento eso sí, desde que me lo contaron, tener entre mis venas la sangre de Griffing Rojas, un general chileno que pisó suelo peruano, mató miles de compatriotas y llegó a decir que el apellido es oriundo del territorio mapocho, cuando las tropas chilenas invadieron el país en la guerra del Pacífico. Suerte que Cáceres y los nuestros, lo detuvo a él y el avance sureño en la sierra peruana e impidió que el apellido llegue a la Amazonía por varias décadas.

Otro que también me avergüenza es Gregorio Rojas, un pistolero radical opositor al gobierno de Prado y que intentó matarlo, sin éxito. Dicen que practicó por días su puntería, sin embargo, frente al expresidente, la mano se le durmió y se le puso el rostro rojo como tomate. Sólo hizo honor al apellido cuando la guardia presidencial lo abatió y lo baño en sangre.

En los últimos años he conocido decenas de Rojas, del norte, sur, centro, oriente y occidente del país, incluso del extranjero, la mayoría por las redes sociales. Uno de ellos me sorprendió. Se trata de Wilfredo Paucar Rojas, un peruano que vive en España y me contó que nuestro apellido proviene de allí, de las tierras catalanes y que nuestro ancestro conoció incluso a Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador. Una mitología al parecer, a pesar de que mi amigo es historiador europeo.

Hay tantos Rojas que no recuerdo alguno tan famoso ni que haya hecho una proeza sobrehumana. Eso sí, nadie duda que las generaciones de los “Rs” siempre buscaron copar el planeta con una misma sangre. Algunos antepasados se cambiaron el nombre, otro el apellido como Rojillas, Rojo, Rojuela, Rodas, Rogeda, y  con otras conjugaciones propias de las lenguas que componen el vocabularios de diferentes naciones y pueblos.

De alguna manera ¿Todos procedemos de una pareja o unas no? En algún momento los genes cambian un poco como el suelo, el clima, los hábitos, al igual que los apellidos. Un pariente mío pudo ser presidente, asesino legendario, astro del fútbol, científico revolucionario, político golpista o un ladrón internacional. Pero eso ya se lo dejo a mis parientes lejanos y a los desconocidos. De ellos serán el cielo o en infierno en la tierra.

Siguiendo esta línea hereditaria, diré que espero mi apellido perdure hasta los últimos suspiros del planeta, el Rojas, al igual que el Ojeda, -aunque esa ya es otro texto-. No tendré hijos por docenas  como polígamo. Ese no es mi estilo ni mi juicio. Amaré a una, imitaré a Collins; aunque y mis ojos sólo para ella serán. En eso superé a miles de generaciones pasadas, será mi récord personal.

Una idea me invade la mente ¿Publicar una autobiografía que parece lejana de mi persona y mostrar mi simpático árbol o abanico genealógico? Es de buen criterio guardarse lo suyo, su vida, sus aciertos y fallas, mas creo que cuando llegue el momento de partir de este mundo, sonreiré. Habrá algún futuro Rojas que escribirá sobre mí y perduraré por los siglos de los siglos. ¡Amén!



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