Por Guillermo Rojas:
Un grupo de amigos y contactos en el Facebook me pidieron que publicara
mi autobiografía para, capaz, leerla cuando aparezca en su muro. Ante este
pedido enérgico, mis manos me arrastrar al teclado, para que mi mente rememore
mi pasado y mis pasos queden marcados en Internet y entre los cibernautas.
Eh acá, mi autobiografía:
Desde que me concedieron me llamaron Rojas, la gran familia y el
apellido que anda en cada rincón del planeta y de una antigüedad envidiable. El
primer SR. Rojas fue el patriarca de miles de generaciones, y el que se autodefinió como tal
por tener el rostro rojizo, beber líquidos rojos y comer solo carne y frutos rojos, incluso
saborear sangre. Así es, el primero nació en Europa y el primer hemotófago, un
hábito copiado por un tal Conde Draculea, conocido como Drácula, cuando mi
ancestro viajó a Pensilvania a buscar a su amada. Él, por su consumo de
alimentos rojos, desarrolló una inmensa musculatura y fue longevo, posiblemente
más que Matusalén. Collins se llamaba y nació un siglo y medio antes que el
famoso chupa sangre.
Su amor a su primera esposa y sus
aventuras con otras amigas cariñosas expandió el apellido como si con él
conquistara cada región europea.
Y entonces ¿Cómo llegaron los Rojas a Europa? Según escritos de mi bisabuelo,
Collins fue quien formalizó el apellido por su costumbre y su aspecto físico.
Sin embargo hubo un par de hermanos, sus abuelos, quienes zarparon en un galeón
pirata, conocido como el Holandes Errante, al mando capitán Holmes. Una nave
aventurera y repleta de peligroso marineros de las cantinas porteñas de España
y que abordaban cualquier embarcación hispánica cargada de riqueza de América, sin
dejar sobrevivientes. Los hermanos Filipo y Diego, hijos del Conde Donatello
Azul, que se refugiaron en la piratería para escapar de esos palacios aburridos
y fiesta acomodas de su padre, fueron
los primeros en cavilar el apellido en oposición a su progenitor: Roja.
Collins, al parecer, le agregó la “S” para que su pronunciación sea más
agradable y porque la letra comienza con su elixir preferido, sangre.
Allí la explicación más convincente del cómo mis genes arribaron al
Nuevo Mundo. Fueron esos hermanos, mis antepasados bigotones, los que en un
enfrentamiento entre su bando contra la Armada Española, casi mueren entre los
cañones, si es que el hijo del capitán no los hubieras obligado a escapar por
el lado opuesto del tiroteo, nadando hasta una isla solitaria y fueran
rescatado por una embarcación de exploradores que se dirigía al sur de América en busca otro Dorado y
conquistar nuevas tierras.
Así, los hermanos llegaron cerca de la Patagonia, hoy al sur de Chile y
Argentina. De ellos, no se sabe si perecieron a manos de los nativos o mapochos,
o acaso sobrevivieron y expandieron el apellido, pues en Chile la pronunciación
es diferente, y de seguro, existen hoy muchísimos Rojas o “Roja” como los vecinos
sureños dicen.
Lo que sí se sabe es que el gen Rojas llegó al Perú por el norte
costero. Capaz porque a algunos de los hermanos barbudos tuvo unas par de encuentros
amorosa cuando la tripulación y la nave exploratoria se detuvieron en las
costas norteñas por algunos días antes de ir al sur del globo. Habrán hecho
honor a su apellido y embarazado a varias chicas en tan poco tiempo, con
consentimiento de todas. Y es que, su físico y estirpe traía féminas por
doquier.
Entre los Rojas conocidos del norte peruano, Juan Antonio Rojas fue el
más adinerado y famoso. Tras las guerras independentistas, en las que apoyó al
bando nacional, su hacendado creció en un santiamén. Las mujeres también nunca
faltaron. Todas a montones, de todas las clases, razas y provincias. Incluso
algunas, al parecer, según cuenta mi bisabuelo, sólo tenían intimidad con Juan
o sus hijos para heredar esos encantadores ojos azules color cielo cuzqueño,
para que sus descendientes fueran bellos. Muchos de ellas, con sus colorados y
buen mozos bebes en manos se dispersaban por los distintos departamentos y
zonas del Perú, como si una divinidad hubiera dicho: “Vallan y multiplíquense
Rojas”.
Lamento eso sí, desde que me lo contaron, tener entre mis venas la
sangre de Griffing Rojas, un general chileno que pisó suelo peruano, mató miles
de compatriotas y llegó a decir que el apellido es oriundo del territorio
mapocho, cuando las tropas chilenas invadieron el país en la guerra del
Pacífico. Suerte que Cáceres y los nuestros, lo detuvo a él y el avance sureño
en la sierra peruana e impidió que el apellido llegue a la Amazonía por varias
décadas.
Otro que también me avergüenza es Gregorio Rojas, un pistolero radical
opositor al gobierno de Prado y que intentó matarlo, sin éxito. Dicen que
practicó por días su puntería, sin embargo, frente al expresidente, la mano se
le durmió y se le puso el rostro rojo como tomate. Sólo hizo honor al apellido
cuando la guardia presidencial lo abatió y lo baño en sangre.
En los últimos años he conocido decenas de Rojas, del norte, sur,
centro, oriente y occidente del país, incluso del extranjero, la mayoría por
las redes sociales. Uno de ellos me sorprendió. Se trata de Wilfredo Paucar
Rojas, un peruano que vive en España y me contó que nuestro apellido proviene
de allí, de las tierras catalanes y que nuestro ancestro conoció incluso a
Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador. Una mitología al parecer, a pesar de
que mi amigo es historiador europeo.
Hay tantos Rojas que no recuerdo alguno tan famoso ni que haya hecho una
proeza sobrehumana. Eso sí, nadie duda que las generaciones de los “Rs” siempre
buscaron copar el planeta con una misma sangre. Algunos antepasados se
cambiaron el nombre, otro el apellido como Rojillas, Rojo, Rojuela, Rodas,
Rogeda, y con otras conjugaciones
propias de las lenguas que componen el vocabularios de diferentes naciones y
pueblos.
De alguna manera ¿Todos procedemos de una pareja o unas no? En algún
momento los genes cambian un poco como el suelo, el clima, los hábitos, al
igual que los apellidos. Un pariente mío pudo ser presidente, asesino
legendario, astro del fútbol, científico revolucionario, político golpista o un
ladrón internacional. Pero eso ya se lo dejo a mis parientes lejanos y a los
desconocidos. De ellos serán el cielo o en infierno en la tierra.
Siguiendo esta línea hereditaria, diré que espero mi apellido perdure
hasta los últimos suspiros del planeta, el Rojas, al igual que el Ojeda,
-aunque esa ya es otro texto-. No tendré hijos por docenas como polígamo. Ese no es mi estilo ni mi
juicio. Amaré a una, imitaré a Collins; aunque y mis ojos sólo para ella serán.
En eso superé a miles de generaciones pasadas, será mi récord personal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario